Nosotros y las redes sociales

Por Psicóloga Verónica Herrera.

Hay un nuevo integrante que cobra un lugar relevante y central en nuestra dinámica familiar y vida cotidiana, al punto tal que se ha convertido en el protagonista de nuestras vidas. La presencia y en ocasiones la “omnipresencia” de la tecnología a través de las pantallas y redes sociales, amerita una consideración en el contexto actual donde gran parte de nuestro tiempo lo invertimos y elegimos pasarlo allí.

A partir de ver el documental “El dilema de las redes sociales” (Netflix), se me han presentado inquietudes que me parece importante retomar. ¿Qué es lo que convocan las redes? Un despliegue narcisista, y exhibicionista: la necesidad de agradar, de tener amigos (muchos), de recibir likes, de medir la cantidad de reproducciones, ser visto y “reproducido”.

Bien sabemos que el narcisismo es necesario en la vida, “una cuota de narcisismo preserva de enfermar”, porque nos permite una vuelta a sí mismo en situaciones que ameritan una concentración en uno mismo. Por ejemplo: cuando enfermamos o tenemos algún dolor, hay concentración narcisista; cuando estamos tristes, cuando estudiamos y demás. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el narcisismo reemplaza y sustituye otros modos de vínculos?

¿Qué pasa cuando no sos “cool”, “pro”, “poxi” y más bien tendés a ser “loser”? Existe bibliografía y series que reflejan el significado de “pertenecer” o “no pertenecer” en edades donde se encuentra el sujeto armando su propia historia de vida y este dilema resulta trascendental en sus historias. Adolescentes donde se les juega de manera notable la pertenencia, porque pertenecer o no hace a la identidad y a la configuración de la misma.

Podría citar cantidad de escenas (no solamente de películas y series) sino de la vida cotidiana donde queda de manifiesto los vínculos que establecemos con los objetos (tecnológicos). Por ejemplo, estar almorzando en familia, con el teléfono pegado al plato (por si recibo una notificación impostergable). Ir manejando y tener la “urgencia” de mirar el celular, a sabiendas, del anticipo de un posible choque.

Todos podemos hace la experiencia de haber subido o posteado una publicación y estar luego pendientes, a la expectativa de cantidad de likes, corazones, comentarios o reproducciones logradas.

¿A la expectativa de qué? De los efectos, de lo que provoca. Si seduce o no, si gusta o no. Todos de alguna manera podemos quedar capturados por la imagen y la virtualidad. De hecho en el contexto en el que estamos, pasamos mucho tiempo en plataformas virtuales y redes. Nuestros encuentros hoy son de ese orden, incluso nos han permitido “acercarnos” con personas que de otro modo no hubiera sido posible. Entonces, no es cuestión desterrar, ni “demonizar” los dispositivos, sino al contrario, concientizar el uso y control en todo caso que podemos tener de la tecnología y no al revés.

No se trata ya de tecnología si o tecnología no. Eso no está en discusión. La tecnología llegó para quedarse y considero que su uso es muy útil para la vida de las personas (ni hablar hoy en este contexto).

Simplemente apelo a un llamado a la reflexión sobre el uso debido e (indebido) de las tecnologías, una suerte de “ética de las tecnologías” que regulen las prácticas la de los adultos, y la de nuestros hijos, sobre todo en etapas vitales de personas que se encuentren en proceso de construcción de su identidad.

Creo que como adultos podemos diferenciar y discriminar más claramente el uso que hacemos de la tecnología y su utilización como herramienta (laboral, personal, pasatiempo). El tema quizás es cuando la herramienta hace uso de nosotros y quedamos subsumidos en ella, sin poder discriminarnos, “perdernos” subjetivamente puede resultar un problema. No diferenciar el “yo real” del “yo virtual” en edades donde la identidad se está construyendo y donde verdaderamente esa discriminación no está aún establecida puede tener consecuencias subjetivas importantes.

Si nosotros como adultos no lo podemos regular, ¿quién sino?

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